Una fina capa de hielo

miércoles, 18 de noviembre de 2009

"Que no está muerto lo que puede yacer eternamente,
y con los extraños eones incluso la muerte puede morir."


A veces pienso que la cordura es como una fina capa de hielo que nos mantiene a salvo de todos nuestros temores. Mientras te mantienes en la superficie, no hay problema. Pero sabes que debajo de ella está la oscuridad más profunda y desconocida, todos tus miedos, los reales y los imaginarios, los vividos y los futuros: la muerte de tus padres, los monstruos debajo de la cama, la llamada de teléfono en mitad de la noche, los dioses primigenios de Lovecraft, despertarse por la mañana y descubrir que no puedes ver nada,  el silencio de un médico antes de darte una mala noticia...

Y cuando mi amigo me dijo que por favor, entrase en la habitación para ver cómo estaba su mujer, embarazada de 8 meses, porque él no podía hacerlo, noté como aquella fina capa de hielo empezaba a crujir debajo de mis pies. Me vino a la mente las imágenes de la película 'La Zona Muerta', basada en una novela de Stephen King,  en la que un equipo de hockey se ahogaba en un lago helado. Intenté razonar con él, pero me suplicó que necesitaba saberlo, que su vida estaba encerrada en aquella habitación.

Así que allí estaba yo, y allí estaba también el pomo dorado y aquellos terribles ruidos. Parecía que ella no estaba cerca de la puerta, por lo que aproveché la ocasión, agarré el pomo con la mano izquierda y abrí rápidamente...

Amigos

jueves, 5 de noviembre de 2009

La ciudad era un caos. Se veían incendios descontrolados en muchos edificios. Sobre todo los antiguos, con sus bonitas vigas de madera y los forjados de cañizo, ardían como si fueran una caja de cerillas. Obviamente, sin cuerpo de bomberos y sin ningún tipo de fuerza pública aparente en la ciudad, las cosas sólo podían ir a peor. Suciedad y  basuras de todo tipo se acumulaban en las aceras, gente que había decidido suicidarse lanzándose al vacío y yacían con el cráneo abierto, coches abandonados en medio de la calle... y ellos, que aparecían de la nada, como si estuvieran organizados en manadas salvajes. El atardecer estaba a punto de dar paso a la noche terrible, y tenía que encontrar un sitio para poder dormir. Debido a mi precipitada huida, tenía que encontrar un lugar al que ir, y rápido.
Guillermo y Carla vivían a escasas dos manzanas de mi casa, así que la decisión fue fácil. Eran amigos nuestros desde la época de la universidad. Eran un poco pijos, la verdad, pero eran buena gente. Él era ingeniero industrial y había creado su propia empresa de proyectos industriales. Ella era médico, y había tenido la suerte de conseguir entrar a trabajar en un centro de salud cerca de su casa. Estaban esperando un bebé, pero ya hacía un par de meses, desde antes de que estallara todo por los aires, que no sabía nada de ellos. Recé para que todavía estuviesen vivos.
Escondiéndome entre los coches y la basura, esquivé a un par de grupos de zombies en la calle que daba a su casa, situada en un edificio antiguo, pero bastante mejor que el mío. El mío se podía llamar edificio viejo. El suyo era clásico. Al llegar al portero electrónico vi que estaba destrozado por un golpe, no funcionaba. Así que saqué el martillo que llevaba en la mochila, y después de un buen rato de dar martillazos contra la cerradura, oí la voz de Guillermo desde el balcón.

- ¡Ehhh! ¿Quién eres?- me gritó.

- ¡Soy yo, Guille! ¿Estás bien?-grité yo también, pero con una alegría enorme al ver que estaba  bien.-¡Ábreme, por favor!

-¡Claro, hombre! Voy.

Desapareció dentro de su casa, y unos segundos después estábamos abrazándonos y llorando dentro de su rellano.
-Joder, tío, ¿pero qué es esto? Esto es una pesadilla, no me lo creo.- me dijo entre sollozos.- Subamos rápido, no es un sitio seguro.

Subiendo por la escalera, escuché golpes, probablemente algún vecino atrapado.

¡BAM!

Una vez dentro de su casa, me pude fijar mejor en el aspecto de Guillermo. Él era la típica persona que siempre presumía de ir como un pincel. Buenas camisas, a ser posible de seda, corbatas de diseño, un afeitado perfecto, cuidaba la dieta, una buena sesión de gimnasia al día... Pero los acontecimientos parecía que habían pasado por encima de él como una apisonadora. Lucía unas ojeras de espanto, barba de más de una semana y había adelgazado hasta un nivel bastante preocupante. Además, se notaba que dormía con la misma ropa desde hacía varios días. Nos sentamos en el salón. Algo no iba bien. Había ropa en el salón, bolsas de plástico, envases de comida por cualquier sitio, sillas en el pasillo, libros y papeles esparcidos por el suelo del piso, vamos, un desastre.

¡BAM!

Otro golpe. Pensé que sus vecinos de pared con pared estaban intentando acceder a su piso atravesando la pared. Habrá que irse pronto de aquí también, pensé para mí.
-¿Qué son esos golpes?- le pregunté.
-Ya te contaré... Oye, ¿qué tal tú? Esto es un puto infierno...- Guilleromo rompió a llorar, un llanto roto, desconsolado.
- Encerrado en casa desde que comenzó todo. Todo más o menos bien.- le dije, volviendo a mentir por enésima vez en aquel día. Intenté rebajar la situación dramática con humor-  Por lo menos no he tenido que ir a trabajar, y además ya no me preocupa la hipoteca.

Sonrió mientras tenía los ojos rojos y encharcados. 
- Te ríes de todo, ¿eh? Siempre me ha gustado eso de tí.

¡BAM!

Otro golpe, y otro. También se oía como un grito apagado. ¿Otra vez los vecinos?. 
-¡Madre mía, parece que estén aquí al lado!- le dije. De repente, el sentimiento de que algo no estaba bien volvió a aparecer, esta vez más claramente - Oye, ¿Estáis bien? ¿Dónde está Carla? ¿Tuvísteis al nene ya?
- No, todavía...- parecía que iba a volver a llorar- todavía no.

¡BAM!  ¡BAM!

El ruido no venía de los vecinos, recordé que la pared contigua al salón era de la habitación de matrimonio.
- Carla no se encuentra bien.- susurró Guillermo con un hilo de voz, y nunca olvidaré la cara de mi amigo totalmente descompuesta por el dolor.