Nacido para el deporte

viernes, 25 de septiembre de 2009

Así me llamaban en el instituto. Nacidopaldeporte, todo junto y sin parar, para mas inri.

"Eh, nacidopaldeporte, ¿quieres hacer de balón?"... Muy divertido, hijo de perra.

Mi aspecto físico tampoco ayudaba a la hora de hacerme respetar. Delgado, marcando costillas y columna vertebral, y además con unas gafas escandalosamente grandes debido a la miopía hereditaria de mi familia. Lo único en lo que podía presumir era de tener más dioptrías que nadie.

Además, ciertamente el deporte no era lo mío.En las clases de gimnasia pasaba un mal rato, quedando siempre de los últimos en todas las pruebas que nos hacían. Cuando llegaba la hora de ir a las duchas, me esperaba un inventario detallado y (creo recordar) exagerado de todo lo que había hecho mal, de cómo podía ser tan patoso y que incluso las chicas eran más rápidas que yo. Entonces se me ocurrió lo de fingir una alergia. Me salió bien la jugada y dejé de acudir a las clases, sustituyéndolas por un trabajo sobre las dimensiones de los campos reglamentarios de diferentes deportes. Aquello fue para mí una pequeña victoria.

Sólo tenía un par de amigos, obviamente igual de marginados socialmente. En la hora del almuerzo, nos sentábamos en los bancos más ocultos del patio, alejados del resto de la clase, y empezábamos a hablar de películas de terror, de cómics, del señor de los anillos, de Isaac Asimov y su Fundación, de música...
Pero ni siquiera estábamos tan unidos como para ponerle un nombre a nuestro grupo, tipo Goonies o El Club Minúsculo de los Raros del Patio o algo así.

Esa época pasó y al final no fue para tanto, incluso engordé un poco en la universidad, aunque todavía llevo las gafas. Mi eterna cobardía ha hecho que nunca me haya atrevido a operarme. Siempre pienso que la cirugía para eliminar la miopía no ha sido lo suficientemente probada y que, más tarde o más temprano, toda la gente que ha sido operada durante estos años se levantarán un buen día por la mañana y al abrir los ojos se darán cuenta del enorme error que cometieron.

Lo curioso es que ahora me vienen a la mente esos recuerdos de instituto. Y algunas de las caras que me daba pánico en aquel momento,los líderes de la manada... ¿Qué será de ellos ahora mismo?
¿Estarán afectados por, como lo llamaban en las noticias, "infección zombie"? ¿Estarán esperándome cuando salga a la calle para machacarme como antaño?

Y es entonces cuando me sorprendo a mí mismo pensando en que voy a sobrevivir, como sobreviví en aquella época, y que los veré en alguna calle, con los ojos vacíos, la boca ensangrentada y babeante, mientras me preparo para descerrajarles un tiro en la cabeza.

Creo que sé donde había una armería cerca de mi casa. Sólo tengo que atreverme a salir.

Los vecinos

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Es posible que los vecinos del piso de arriba, Don Julián y Doña Vicenta, sigan vivos. Quiero decir, que sigan siendo seres humanos.Pero no lo creo.

Eran una parejita de viejecitos encantadores, amables y muy educados. Con el que más trato tenía era con Don Julián, ya que a doña Vicenta hacía un par de años que no la veía. Al parecer había quedado postrada en la cama por una enfermedad, y, al ser un cuarto sin ascensor, se le hacía imposible subir y bajar.

Sin embargo, Don Julián se mantenía en muy buena forma. Subía varias bolsas de compra sin dificultad, y para ser un hombre cercano a los 80, no le faltaba nunca el resuello al llegar a mi planta. A veces, cuando lo oía subir, aprovechábamos para abrir la puerta y hablar con él de cualquier cosa. De paso, comprobábamos que todo iba bien. Nos daba miedo que algún día le pasara algo a Don Julián, un infarto, por ejemplo, y que la mujer, totalmente inválida, muriera desnutrida al lado del cadáver de su marido. Por eso vigilábamos si tendían la ropa a menudo, si oíamos pisadas, si oía subir a Don Julián por las escaleras, ese tipo de cosas.

Ahora, son muchas las veces que he imaginado la escena de un Don Julián transformado, convertido en uno de ellos, hambriento de sangre o de lo que sea, acercándose a la cama de su pobre mujer, inmóvil, aterrada, sin poder escapar del hombre que la ha estado cuidando estos años con todo el amor del mundo. Y al final, los dos convertidos en esos monstruos, uno vagando por la casa, sin rumbo, y el otro en la misma posición, condenada igualmente a estar en la cama.

Hace unos días creí escuchar unos pasos en el techo. Cogí rápidamente la escoba y comencé a golpear el techo, para ver si podíamos establecer una comunicación.
Pero no escuché ningún ruido más que proviniera del piso de don Julián y doña Vicenta.

No me apetece subir por la escalera por ahora, la verdad. Estoy convencido que sería la salida más segura, mucho más que la puerta de la calle. Sé que no me voy a poder quedar aquí eternamente.

Vaya, no me he dado cuenta, he hablado en plural un par de veces. Espero que estés bien. Soy tan cobarde que me doy asco...

La Luna de Valencia

jueves, 3 de septiembre de 2009

Sin duda, la noche es lo que más temo.

Ver una ciudad como Valencia sin una triste farola, da más miedo de lo que me
esperaba. Al fin y al cabo éramos la primera ciudad en contaminación lumínica de toda Europa. Eramos. Me acuerdo cuando me quejaba amargamente por ello. No sé lo que daría por ver tan sólo una de ellas encendida. Ahora las noches son oscuras, vacías como los ojos de... de "ellos". Sólo la luz de la luna permite ver algo cuando anochece, la famosa luna de Valencia, que gracias a Dios es lo único que no se ha apagado.

Aunque más que la oscuridad, lo que me asusta son los ruidos que hacen. Odio todos los sonidos que me llegan desde la calle, el ruido de sus pies arrastrándose, los alaridos de alguna presa que consiguen cazar, a veces incluso creo que oigo la carne descomponiéndose... prefiero no seguir.

Se me han acabado los Tranquimazines y el Atarax, al ritmo que los consumo, no tardará en caer. La comida que me queda son unas cuantas galletas rancias, un par de piezas de fruta, un poco de fiambre un poco mohoso y pan de molde. No me atrevo a beber del agua (por llamarlo de alguna forma) que sale del grifo. Por suerte, todavía queda agua en las garrafas que le dejábamos a la señora de la limpieza en el rellano. Al ser una finca antigua, construida en 1943, no dispone de agua corriente en la escalera, por lo que los vecinos íbamos dejando garrafas de agua para que las utilizara el servicio de limpieza.

Lo malo es cuando tengo que bajar al rellano a coger una nueva garrafa, no sé que haré cuando se me acaben las pastillas.

Oigo a los vecinos...