La huída(II)

lunes, 19 de octubre de 2009

Había decidido abandonar a la niña mientras dormía. Después de acercarme sigilosamente a su herida, comprendí que no me podía arriesgar. La herida era una especie de gran arañazo. Yo no era un entendido de heridas zombies, pero sabía, por las confusas informaciones que fueron llegando por la televisión, que la enfermedad o lo que fuese, se propagaba mediante el contacto con la sangre infectada y que era increíblemente contagiosa. Y aquella herida tenía un aspecto demasiado extraño, no se parecía a una herida común.

Así que hice lo que mejor sé hacer. Huir y abandonar a la gente para salvar mi vida.

Lancé las sábanas anudadas por la terraza que daba al patio trasero. Antes, había anudado el extremo lo más fuerte que pude a la parte superior de la barandilla de hierro. Cuando vi que la cuerda no llegaba del todo abajo, me maldije por ser tan estúpido. Volví a entrar y cuando me dirigía al armario de mi habitación, allí estaba ella. Se había despertado mientras estaba preparando mi cobarde huída. Durante un momento pensé que ya estaría infectada, mientras estaba mirándome fijamente, sin decir nada. Hubiera sido más fácil:

-Señor, ¿nos vamos ya?

-Pronto, pequeña. Estoy preparándolo todo. ¿Ya estás preparada?.-improvisé.

Ahora sí que ya no sabía qué hacer. Ahora tenía que dar la cara, pero... ¿qué iba a decirle? Empecé a buscar en mi mente una buena mentira para niños: "Voy a buscar ayuda"... "No te muevas que voy a por la policía"... "No te preocupes que he visto a tu madre en el piso de enfrente"..."¿Quédate aquí mientras suben los zombies por la escalera, vale?"... Fuí descartando una detrás de otra las ideas absurdas, hasta que oí una voz en mi cabeza. Creo que es la primera vez que la escuché, alta y claramente.

"Cobarde". Era ella, era su voz.
"No... no tengo otra opción, cariño. La herida tiene un aspecto terrible. No hay nada que hacer, en algunas horas, o días, será uno de ellos."
"Eres peor que ellos, al menos no hacen lo que hacen siendo conscientes. Me das asco". La cabeza me estaba doliendo cada vez más. "Cobarde, es sólo una niña. La vas a abandonar, como hiciste conmigo".
-¡¡Cállate ya!!.-grité, pero sin querer lo hice en voz alta, provocando que la niña se asustara más de lo que debía estar ya.

Siempre que estoy nervioso y tengo que tomar una decisión, siempre tomo la equivocada. En este caso, tomé una decisión todavía más terrible.
-Rebeca, ¿me podías hacer un favor?. Como eres tan valiente, ¿puedes salir al balcón?. Es para ver si ves a alguno de esos malos que hay por la calle, por si hay muchos o no...
- Pero tengo miedo.- Me contestó la pobre.- Además, me duele el cuello y creo que estoy un poco mareada.

Aquello corroboró lo que me temía, la infección debía estar haciendo su trabajo.

- No tengas miedo, nos asomaremos los dos, y si vemos que está la calle tranquila, nos iremos ahora mismo.

Abrí las puertas del balcón exterior, el que daba a la calle donde ví la escena de Rebeca y su madre unas horas antes, y nos acercamos a la barandilla. Pude ver cómo ya había por lo menos una veintena de esos desgraciados agolpándose ante mi portal. Por los golpes, parecía que estaban a punto de destrozar la puerta. Rebeca estaba como hipnotizada, pero no miraba al portal, sino al extraño bulto que estaba en medio de la calle. No sé si se estaba dando cuenta que era su madre. Aproveché para dar dos pasos atrás sigilosamente y cerré la puerta del balcón. No se podía abrir desde fuera.  Rebeca no pareció darse cuenta de que la acababa de dejar encerrada en el balcón, ella seguía mirando a la calle.  

Me giré tan rápido como pude, y salí corriendo hacia la parte de atrás del piso, hacia el patio interior. Cogí la mochila del suelo, me la puse a la espalda y comencé a bajar por la sábana. 

"Al final, lo has hecho", dijo la voz en mi cabeza.  

La huída(I)

lunes, 12 de octubre de 2009

No sabía a ciencia cierta si su cara reflejaba cansancio, dolor o hambre, por lo que le pregunté:

-¿Quieres algo de comer o beber, pequeña? No me queda demasiado, pero bueno, puedo hacerte un sandwich o darte unas galletas.
- No, gracias. Mi madre me enseñó a no ser una quejicosa- me contestó Rebeca, que era como me había dicho que se llamaba.
- Bueno, de todas maneras, te traeré un vaso de agua. Las chicas valientes también necesitan beber de vez en cuando, ¿no crees?.- Rebeca me miró, pero no dijo nada. De todas formas fui a la cocina.

Mientras volcaba las últimas gotas de la garrafa en el vaso, pensé que tendría que volver a bajar a por agua. Cuando volví al salón con el vaso, la niña estaba sosteniendo un retrato.

-Señor, ¿Quién es ella?- preguntó señalando a una foto mía y de mi mujer.

No pude evitar que se me descompusiera la cara.

-Es mi mujer. Creo... Bueno, ella se encuentra bien, debe estar en casa de su madre.- mentí, aunque era lo que deseaba con todo mi corazón.

Se bebió el vaso de un trago. Quería preguntarle porqué su madre y ella habían intentado salir a la calle, cómo había ocurrido todo, pero era demasiado pronto, la niña debía descansar después de todo lo ocurrido.

De repente, oímos el ruido de un cristal roto. Abrí las puertas y me asomé al balcón, y pude ver que en el portal se agolpaban al menos cinco de esos seres, golpeando la puerta. Menos mal que la puerta tenía unos barrotes de metal en el interior y no cabían entre el hueco de las barras, pero estaba claro que habían roto el cristal, y ahora estaban golpeando la puerta. Mi casa había dejado de ser un lugar seguro, y tendría que empezar a planificar cómo íbamos a salir.

Menos mal que ya tenía preparada la cuerda, hecha con sábanas atadas, que nos daría acceso al patio de luces. No había hecho la prueba, pero esperaba que aguantase mi peso. Ahora tendría que aguantar mi peso y el de la niña, pero aún así estaba convencido que no se romperían. Ya en el patio de luces, bajaríamos al aparcamiento de la tienda de electrodomésticos de la esquina, que daba acceso a la calle.

- Señor, ¿mi madre está muerta?- la pregunta me sacó de mis planes mentales.
- No lo sé.-volví a mentir, esta vez a conciencia y disimulando lo mejor que pude. Cuando me asomé al balcón, también ví el montón de carne desestructurada que habían dejado esos monstruos, y lo peor es que creí ver algo de movimiento- Quizás pudo escapar.
- Pero yo vi que le hacían mucho daño ¿Podemos ir con ella para ver si está bien?
- Hoy no, tu madre ha debido esconderse, o haber ido a un hospital. Lo mejor será que hoy mismo salgamos a la calle, y dejemos pistas para que tu madre nos pueda seguir. Ahora túmbate en el sofá y descansa, mientras preparo algunas cosas para irnos.

Le preparé unos cojines como almohada, y sin decir nada más, se estiró y se quedó dormida.

Fuí a la habitación y comencé a empaquetar la ropa en una mochila. También saqué las sábanas anudadas del armario. Cuando volví a pasar por el salón, Rebeca se había dado la vuelta hacia el respaldo, hundiendo su cara en el cojín.

Entonces es cuando me fijé por primera vez en la herida que tenía en el cuello.

La niña

viernes, 2 de octubre de 2009


"Dead babies can take care of themselves
Dead babies can't take things off the shelf
Well we didn't need you anyway
ma ma ma-ma, ma ma ma ma-ma, ma ma ma
Goodbye, Little Betty"

Alice Cooper- Dead Babies


El único momento de respiro que tenía era cuando tocaba la guitarra eléctrica. Obviamente, sin luz, sonaba con menos cuerpo, y las cuerdas sonaban sin fuerza, con ese característico timbre metálico apagado. Pero bueno, me servía para alejar mi mente de lo que estaba sucediendo en el exterior. Hasta que oí unos gritos que provenían de la calle. No eran los primeros que escuchaba, pero ésta vez decidí ver qué pasaba.

Abrí las puertas del pequeño balcón del salón, me asomé, y entonces la vi. Era una niña pequeña, de no más de 5 años. Lo que más me llamó la atención era su melena negra, demasiado larga, a mi conservador modo de ver, para una niña tan pequeña. Bueno, eso y que parecía que estaban asesinando a su madre.

- ¡Mamá! - gritaba a una manada deforme de siluetas enfervorecidas.- ¡Corre, ven!

Estaba claro que su madre no tenía escapatoria. Le habían dado caza. De hecho ya no se la podía ver, entre la maraña de manos e infectados que estaban destrozándola. Serían unos 5 o 6 los que la estaban machacando. La jauría comenzó a agacharse poco a poco, señal inequívoca del final de la mujer. Parecía que ignoraban a la niña, demasiado ocupados con su reciente festín. La pobre se encontraba a unos escasos metros de la escena, llorando, chillando, pero dando pasos hacia atrás, alejándose poco a poco.

- ¡Oye! ¡Aquí arriba! - grité lo más fuerte que pude. Me pregunté a mi mismo porqué había decidido ese momento para actuar, habiendo tenido otras oportunidades para demostrar valor, pero no obtuve ninguna respuesta.

La niña, con los ojos llenos de lágrimas, giró la cabeza en dirección hacia donde yo estaba asomado. Uno de los infectados dejó la presa abatida y empezó a girarse hacia la cría.

- ¡Por aquí! ¡Corre hacia el portal! Bajaré para abrirte. ¡Corre todo lo que puedas!- le chillé, mientras apuntaba con mi mano hacia abajo, hacia la entrada del edificio.

Cuando vi que la niña me hacía caso y empezaba a correr hacia mi portal, salí del balcón y me dirigí a la entrada. Pensé que era mejor no correr mientras bajaba por la escalera, aunque nunca lo hacía por miedo a caerme, debido a los viejos y desgastados escalones que van del tercero al segundo, y que hacen peligroso el saltar de dos en dos los escalones o hacer carreras por la escalera. Cuando llegué al zaguán, vi a través de los cristales la sombra de la pequeña.
Abrí la puerta y cuando me disponía a agarrar a la niña del brazo y meterla en el edificio, me quedé paralizado. Él o eso estaba mucho más cerca de lo que suponía. Andaba a un ritmo normal, pero había algo raro. Eran los brazos, no seguían la cadencia al moverse, se balanceaban de un modo extraño. Pero lo que más me impresionó fue su cara. Esa cara que aparece en las mejores pesadillas, que sólo esperas ver en las películas. Pero diferente. Y real. Sobre todo los ojos, vacíos, pero clavados en la niña. Y cada vez más cerca.

- ¡Por favor! ¡Ya viene!- la niña me arrancó súbitamente de la parálisis, justo a tiempo para empujarla hacia dentro del portal y cerrar la puerta. Y allí se quedó él.

- Perdona.- me disculpé- Vamos, subamos a mi casa rápido.
La alcé con mis brazos y noté su calidez, y cómo me abrazaba con fuerza del cuello. Sepultó su cara en mi hombro y comenzó a llorar desconsoladamente. Subí de nuevo las escaleras, pero, ésta vez sí, lo más rápido que pude.