La Luna de Valencia

jueves, 3 de septiembre de 2009

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Sin duda, la noche es lo que más temo.

Ver una ciudad como Valencia sin una triste farola, da más miedo de lo que me
esperaba. Al fin y al cabo éramos la primera ciudad en contaminación lumínica de toda Europa. Eramos. Me acuerdo cuando me quejaba amargamente por ello. No sé lo que daría por ver tan sólo una de ellas encendida. Ahora las noches son oscuras, vacías como los ojos de... de "ellos". Sólo la luz de la luna permite ver algo cuando anochece, la famosa luna de Valencia, que gracias a Dios es lo único que no se ha apagado.

Aunque más que la oscuridad, lo que me asusta son los ruidos que hacen. Odio todos los sonidos que me llegan desde la calle, el ruido de sus pies arrastrándose, los alaridos de alguna presa que consiguen cazar, a veces incluso creo que oigo la carne descomponiéndose... prefiero no seguir.

Se me han acabado los Tranquimazines y el Atarax, al ritmo que los consumo, no tardará en caer. La comida que me queda son unas cuantas galletas rancias, un par de piezas de fruta, un poco de fiambre un poco mohoso y pan de molde. No me atrevo a beber del agua (por llamarlo de alguna forma) que sale del grifo. Por suerte, todavía queda agua en las garrafas que le dejábamos a la señora de la limpieza en el rellano. Al ser una finca antigua, construida en 1943, no dispone de agua corriente en la escalera, por lo que los vecinos íbamos dejando garrafas de agua para que las utilizara el servicio de limpieza.

Lo malo es cuando tengo que bajar al rellano a coger una nueva garrafa, no sé que haré cuando se me acaben las pastillas.

Oigo a los vecinos...

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