Los vecinos

miércoles, 16 de septiembre de 2009

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Es posible que los vecinos del piso de arriba, Don Julián y Doña Vicenta, sigan vivos. Quiero decir, que sigan siendo seres humanos.Pero no lo creo.

Eran una parejita de viejecitos encantadores, amables y muy educados. Con el que más trato tenía era con Don Julián, ya que a doña Vicenta hacía un par de años que no la veía. Al parecer había quedado postrada en la cama por una enfermedad, y, al ser un cuarto sin ascensor, se le hacía imposible subir y bajar.

Sin embargo, Don Julián se mantenía en muy buena forma. Subía varias bolsas de compra sin dificultad, y para ser un hombre cercano a los 80, no le faltaba nunca el resuello al llegar a mi planta. A veces, cuando lo oía subir, aprovechábamos para abrir la puerta y hablar con él de cualquier cosa. De paso, comprobábamos que todo iba bien. Nos daba miedo que algún día le pasara algo a Don Julián, un infarto, por ejemplo, y que la mujer, totalmente inválida, muriera desnutrida al lado del cadáver de su marido. Por eso vigilábamos si tendían la ropa a menudo, si oíamos pisadas, si oía subir a Don Julián por las escaleras, ese tipo de cosas.

Ahora, son muchas las veces que he imaginado la escena de un Don Julián transformado, convertido en uno de ellos, hambriento de sangre o de lo que sea, acercándose a la cama de su pobre mujer, inmóvil, aterrada, sin poder escapar del hombre que la ha estado cuidando estos años con todo el amor del mundo. Y al final, los dos convertidos en esos monstruos, uno vagando por la casa, sin rumbo, y el otro en la misma posición, condenada igualmente a estar en la cama.

Hace unos días creí escuchar unos pasos en el techo. Cogí rápidamente la escoba y comencé a golpear el techo, para ver si podíamos establecer una comunicación.
Pero no escuché ningún ruido más que proviniera del piso de don Julián y doña Vicenta.

No me apetece subir por la escalera por ahora, la verdad. Estoy convencido que sería la salida más segura, mucho más que la puerta de la calle. Sé que no me voy a poder quedar aquí eternamente.

Vaya, no me he dado cuenta, he hablado en plural un par de veces. Espero que estés bien. Soy tan cobarde que me doy asco...

1 comentarios:

Espigol dijo...

Te animaste a escribir otro fragmento más. Estupendo!! Y debo decir que eres de momento el único que ha conseguido provocarme algo de pavor y pena. La imagen de la anciana incapacitada siendo devorada por la persona que la ha estado cuidando y sin poder hacer nada más que quedarse mirándola es... glup! Triste y descorazonadoramente parádojica. Como cuenta la tradición popular "Quién más te quiere te hará llorar" ( o algo así :) )

Ains... ¿a quién habrá abandonado nuestro cobarde protagonista?